Para aquellos que de una u otra manera me han hecho llegar su reclamo por la falta de actualización de esta columna retorcida, les ofrezco mis más honestas disculpas, y aunque las explicaciones de nada sirven en situaciones como ésta, la verdad es que en mi defensa debo decir que en algún momento, hace ya varios días, la inspiración agarró sus pilchas y se fue sin darme explicaciones. Ni siquiera una cartita miserable. Ni un mensaje de texto o un post-it en el monitor. Nada. Lo peor de todo es que no sé si se fue a un viaje de vacaciones o su partida es definitiva. En estas tardes de lluvia me acomodo en pijama al lado de la bosca, miro por la ventana y la imagino por ahí descansando guata al sol en alguna playa de Brasil, con una caipirinha en la mano y un mulato de paquete grande echándole aceite de coco en la espalda. No dejo de reconocer que se merecía un descanso, pero la muy rota podría haberme avisado. Después de todo este tiempo escribiendo juntas tanta wevada en este espacio, creo haberme ganado el derecho de merecer siquiera un trato digno. Pero también pienso... ¿Y si no vuelve? ¿Si me deja aquí abandonada a mi suerte y dando la cara frente a mi público fiel, tratando de arreglar el pastel como un vocero de gobierno cualquiera? ¿Si en este instante está sentada junto a algún otro miembro de la blogósfera, susurrándole al oido toda esa verborrea delirante de la que una se vuelve tan adicta? La muy puta... ¡puta cochina!