Qué cagada, no?
Durante los dieciséis primeros años de mi existencia, nunca pude entender la costumbre de mi padre de entrar al baño con su fiel lectura bajo el brazo. No concebía astucia alguna tras ese inexplicable hábito de centrarse en leer cuando se está cagando. ¿Cómo podía ser posible? En el baño, las energías y atención deben estar puestas en el trámite ése, tan personal, tan íntimo y que nadie más puede hacer por uno. ¿Entonces, para qué interrumpirlo o pasarlo a segundo plano con un texto cualquiera, cuando es el motivo mismo por el cual uno se encierra y se sienta con el culo al aire? Además, seguramente la lectura sería interesante y no me explicaba que alguien quisiera leer rodeado de olor a mierda, que por muy de uno que sea, es olor a caca aquí y en la quebrá del ají.
Pero luego entendí que esto de los hábitos son manías adquiridas por culpa del entorno. Las circunstancias crean costumbres y yo no soy la excepción. Resulta que nos fuimos a vivir a una casa en la cual por primera vez en mi vida me vi enfrentada a una situación que podría ser una tontera, pero que cambió totalmente mi manera de encarar el fin del proceso digestivo: la disposición del baño estaba puesta de tal manera que frente al W.C. estaba el lavamanos y su respectivo espejo, tan grande que cubría casi toda la pared. Así, al sentarme, inapelablemente me encontraba a poca distancia con el indigno reflejo de mí misma. Entonces, frente a semejante cuadro de verme la cara mientras cagaba, tuve que empezar a echar mano a elementos externos para desviar mi atención de mi propio aspecto. Mis primeras víctimas fueron los envases de cremas que usaba mi mamá para sacarse el maquillaje e hidratarse la piel, luego fueron los shampoos y acondicionadores que siempre han sido su afición, por lo tanto material de lectura había bastante y bien variado. Pero de pronto eso dejó de ser suficiente y sin darme cuenta mis idas al baño comenzaron a ser precedidas de una rápida búsqueda de diarios y revistas. Al final me acostumbré tanto a leer en dichas circunstancias tan privadas, que agregué una fantástica afición a mi lista de hobbies: ir al baño de la casa de mi abuelo, donde además de disfrutar de un enorme espacio para mi sola, me devoraba las ediciones mensuales de las "Selecciones del Reader's Digest" (qué nombre tan adecuado!), revista demasiado entretenida a la cual el viejo estaba suscrito y que para mi era el mejor de los panoramas.
Así la vida le enseña a una a tragarse sus propias palabras y sobretodo a disfrutar de pequeños placeres. Me cago el día que no encuentre algo pa leer.
Saludos,
P.
Pero luego entendí que esto de los hábitos son manías adquiridas por culpa del entorno. Las circunstancias crean costumbres y yo no soy la excepción. Resulta que nos fuimos a vivir a una casa en la cual por primera vez en mi vida me vi enfrentada a una situación que podría ser una tontera, pero que cambió totalmente mi manera de encarar el fin del proceso digestivo: la disposición del baño estaba puesta de tal manera que frente al W.C. estaba el lavamanos y su respectivo espejo, tan grande que cubría casi toda la pared. Así, al sentarme, inapelablemente me encontraba a poca distancia con el indigno reflejo de mí misma. Entonces, frente a semejante cuadro de verme la cara mientras cagaba, tuve que empezar a echar mano a elementos externos para desviar mi atención de mi propio aspecto. Mis primeras víctimas fueron los envases de cremas que usaba mi mamá para sacarse el maquillaje e hidratarse la piel, luego fueron los shampoos y acondicionadores que siempre han sido su afición, por lo tanto material de lectura había bastante y bien variado. Pero de pronto eso dejó de ser suficiente y sin darme cuenta mis idas al baño comenzaron a ser precedidas de una rápida búsqueda de diarios y revistas. Al final me acostumbré tanto a leer en dichas circunstancias tan privadas, que agregué una fantástica afición a mi lista de hobbies: ir al baño de la casa de mi abuelo, donde además de disfrutar de un enorme espacio para mi sola, me devoraba las ediciones mensuales de las "Selecciones del Reader's Digest" (qué nombre tan adecuado!), revista demasiado entretenida a la cual el viejo estaba suscrito y que para mi era el mejor de los panoramas.
Así la vida le enseña a una a tragarse sus propias palabras y sobretodo a disfrutar de pequeños placeres. Me cago el día que no encuentre algo pa leer.
Saludos,
P.
4 comentarios:
Notable Payaya!!, te imagino perfecto frente al espejo con cara de esfuerzo, y la verdad es que yo también hubiera agarrado alguna cremita pa leer!! jajajajajaja
Buena historia!
Un besotón,
Solatire
El cuarto de baño es un remanso de paz y, por lo tanto, un lugar ideal para leer.
jajajajaja, pucha q me hacis reir amiga, la verdad q debo confesar que para mi es de lo mejor ir al baño con algo de lectura, como q uno se concentra más jajaja
Por lo general nada más leo y disfruto mucho tus letras, pero ahora sí que requiero compartir esto y es muy cierto...
"Cagar es lo único que te da placer y no es pecado".
-oh sí- Tengo esa manía de estar minutos (he estado hasta 52min) leyendo, dependiendo mi interés de edad, desde cómics cuando era un pequeño puñetero (pajero en otros lares) de 11 años hasta mis ahora 26 años (aunque aún me pajeo a veces, jojojo)que leo libros como The Book of Nod o la Revolución de los Negros.
Vaya, saludos y mando mis pestilencias que, algún día, se han de encontrar en ese basto océano o mar a donde pararán, que a su vez se han de convertir en alimento de los peces y éstos los han de cagar nuevamente, así cumpliéndose el sombroso ciclo de la "mierda".
Huro.
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