Entrevista con Don Sata
Bueno, como no tengo ganas de escribir hoy, eché mano a mi caja de historias escritas por mi y me pillé con ésta.
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Menos mal que esa horrible guayabera y el resto de la ropa que alguna vez usé en un viaje por Centroamérica con un pololo del que ya casi ni me acuerdo todavía me entraba, porque el calor del lugar secaba hasta lo más hondo de la garganta. El aire y la temperatura me sofocaban más de lo que había imaginado, y maldije el error de Eva que nos condeno al pudor, con la consecuente necesidad de andar vestida. Hubiese dado cualquier cosa por sacarme todo de una vez y echarme encima las botellas de agua que llevaba en el maletín. Pero bueno, después de todo, mi entrevistado valía cualquier sacrificio y no estaba dispuesta a cometer ningún error que pudiera significar la cancelación de la cita.
Bajo la mica empañada del reloj logré ver la hora. Ahí estaba yo, parada frente a las puertas del infierno a las tres en punto. Tomé una bocanada de aire caliente, me sequé el sudor y con la ayuda de ambas manos golpeé la gran argolla metálica, que retumbó en un eco infinito. Tras el quejumbroso chirrido de la puerta, apareció una mujer de edad tan avanzada como imprecisa, que aguantando la risa al ver mi espantosa guayabera, amablemente me llevó a una sala y me pidió que esperara ofreciéndome asiento. Ilusa, insistí en secarme el sudor y arreglar mi nefasta presencia usando un pequeño espejo de bolsillo que de nada servia porque la imagen se empañaba en un abrir y cerrar de ojos.
Al cabo de algunos sofocantes minutos, por fin apareció él. No podía creerlo. El rey de las tinieblas. Salté de mi asiento esforzándome por disimular el asombro de estar frente al ser más temido y a la vez respetado por miles de generaciones. Pero mi sorpresa también respondía a que el hombre que estaba a escasos metros de mi no se ajustaba precisamente a la imagen que yo y el resto de los seres humanos teníamos de él. En un par de segundos mis ojos incisivos peregrinaron desconfiados por todo su cuerpo, un cuerpo añoso, apático, incluso
algo encorvado, y por un instante creí que se trataba de un reemplazante enviado para responder mis preguntas.
- ¿... Don Lucifer...?, le pregunté extrañada.
Me miró ameno, avanzó lánguido hacia mi, me tomó delicadamente la mano y la besó caballeroso.
- Para servirle, mijita. Da gusto atender a una chiquilla tan puntual...y tan bonita -se acercó cauteloso. –Acá llegan puras viejas feas no más....je je. Por favor, tome asiento.
- Gracias- le dije, y cuando estaba tomando impulso para sentarme, me detuvo del brazo.
- No, ahí no. Ése es mi asiento... ¿Ve que tiene un hoyo? Es pa’ meter la cola, oiga. Mire que no hay hueá más penca que sentarse arriba de la cola. Es como cuando uno era chico y se apretaba las bolas con el asiento de la bicicleta. –Me indicó el puesto de enfrente–Por favor...
Me senté ya más relajada y me separé la guayabera que tenía pegada al estómago.
- Bonita su blusa, señorita... ¿Cómo me dijo que se llamaba?
- Daniela... Daniela Pinochet, pero no tengo nada que ver con...
Me miró sorprendido.
- ¡¡¿Pinochet?!!...¡Chuta, menos mal que me acordó!... ¡¡Betaniaaa!!
- ¿Sí, patrón?- apareció la mujer que me había abierto la puerta.
- Óigame, Betania, vayan preparando la suite estilo inglés que les dije el otro día porque cualquiera de estos días va a llegar un nuevo huésped que es muy quisquilloso y no quiero que pille el despelote acá.
- Sí, patrón.
- Y usté, Danielita... ¿Se sirve alguna cosita?
- Un vaso de agua con hielo, por favor –le pedí con tono de alivio.
El diablo me miró sonriente.
- ¡¿Hielo?! Va a ser difícil por estos lares, señorita. Acá todo es caliente... ¡¡Empezando por el que habla!! ¡¡Ja ja ja ja!!... Tráigale lo menos caldeado que encuentre, Betania.
- Sí, patrón –acató la anciana al tiempo que se retiraba.
Abrí mi maletín, saqué mi cuadernillo con una elaborada lista de preguntas y puse la grabadora.
- ¿Le parece si comenzamos, Sr. Diablo? –le pregunté acomodándome en el asiento.
- Entre nos, dígame don Sata no más. Pero cuando publique esto, póngale El Diablo, Rey de las Tinieblas, Demonio, Lucifer, Satanás, Dios del Mal y ese tipo de cosas... Tengo un imagen que cuidar, comprenderá.
- No se preocupe... don Sata. A ver... Exactamente, ¿quién es Satanás?
Don Sata tomó aire, miró nostálgico por la ventana, y al cabo de unos segundos, como masticando meticulosamente su respuesta, comenzó a hablar.
- Yo... Bueno, yo soy un tipo que las ha vivido todas. He hecho lo que he querido, aunque eso haya significado ganarme algunos detractores...Viví tiempos difíciles, pasé momentos muy duros... muy duros. Pero no me arrepiento de nada, nada. Si imagínese que estábamos en una dictadura...
- ¿Dictadura? –pregunté asombrada.
El viejo enderezó el espinazo y me miró con tal seriedad, que me recordó frente a quién estaba.
- Señorita Pinochet, para jugar una buena pichanga, hay que rayar muy bien la cancha ¿comprende? Yo ahora le voy a hablar de unas cuantas verdades que usted jamás hubiera soñado escuchar. Por eso es que, apelando a su profesionalismo, me imagino que usted tiene el criterio suficiente para darse cuenta que muchas de esas cosas se quedan entre estas cuatro paredes... ¿Estamos?
- Puede confiar en mi, Don Lucifer. Tendré especial cuidado con lo que publique - respondí segura.
- Que el barbeta la escuche y yo me haga el sordo - me sonrió y dio un largo suspiro -. Como usted sabrá, yo nací en el paraíso y era un ángel. Pero resulta que todos éramos ángeles. Claro, menos algunos que tenían santos en la corte, como el arrastrao del Espíritu Santo, que andaba todo el día haciéndole la pata a... a...- frunció las cejas incómodo- ...al susodicho de allá arriba, el barbeta. Otro chupamedias era Gabriel... mi compadre Gabriel, que cuando lo nombraron arcángel, no fue más el chato que yo conocí. La cosa es que yo me puse a observar a mi alrededor y me di cuenta de que a todos nos habían lavado el seso ¿entiende? Nos tenían hueones de la cabeza y nos hacían creernos la última arruga del poto porque éramos ángeles. Y noté que vivíamos todos bajo un régimen disfrazado de maravilla, teníamos que cumplir órdenes del barbeta, horarios pa’ esto, pedir permiso pa’ lo otro. Si uno no podía ni correrse una paja sin tener que marcar tarjeta... ¿Habrase visto semejante barbaridad, mijita?... ¡Una verdadera dictadura! Y no es que me haya puesto comunacho ni socialista... ¡¡No Señor!! - exclamó efusivo -. Mire que esos hueones acá no me entran, si muy infierno será, pero la hueá es seria. Acá llegan flojos, infieles, mentirosos, envidiosos, ladrones... políticos en su mayoría,... suicidados. ¡A esos los recibimos como héroes, con honores y fanfarrias! Imagínese las medias pelotas que hay que tener pa’ pegarse un tiro, colgarse de una viga o tirarse al metro, ¿no le parece?... Bueno, también llegan militares de alto rango, algunos líderes espirituales, abogados....
- ...prostitutas - agregué.
- Ah sí, pero tenemos un proceso de selección de rameras que mide la vocación, no el pecado. Si yo no sé quién fue el ocioso de mierda que le dijo a los humanos que la cacha es pecado... ¡Nunca fue poh! Acá abajo llegan las bataclanas de corazón, las que llevan el hueveo en la sangre, ¿me entiende? Ésas son las que arman las mansas ni que partusas acá. En cambio, las que se entregaron al comercio sexual por mera necesidad, por plata, ésas se van pa’ arriba, porque no son putas auténticas.
Yo a esas alturas me convencí de que las preguntas que traía preparadas no me iban a servir de mucho, así que corté por lo sano, dejé el cuadernillo a un lado y me dediqué a escuchar atenta al viejo, sin perderme ni el más mínimo de sus enérgicos gestos.
- Entonces, como Allende se suicidó, ¿se va a topar acá con Pinochet? – pregunté.
- A ese punto quería llegar. Con todo el respeto que me merece el suicidio, el señor Allende era socialista, y esa hueá no tiene el perdón del barbeta ni el mío. ¿Un parroquiano de esos en el infierno? ¡Jamás! Yo sé más por viejo que por diablo, pues. Toda esa manga de vagos cuando mueren enfilan a un peladero por allá por donde perdí el poncho y así no pueden huevear a nadie. En cambio al cielo, se va casi toda la gente relacionada con la Iglesia, los cabros chicos, gente “sana” ¿me entiende?... ¡Ah!... Y los maricones, que son los más felices decorando nubes, remendando las trajes de los ángeles, limpiando. ¡Toda esa horda de yeguas es la que tiene el Paraíso así como lo ven ustedes, convertido en un circo pomposo! ¡Maricuecas charlatanes! ¡Qué barbaridad! Menos mal que me vine...
En ese instante entró Betania con mi vaso de agua tibia y un corto de pisco para don Sata, quien desvió su atención hacia el licor, lo cogió sonriente y, cuando la anciana giraba en son de retirada, le dio un impetuoso agarrón de culo que no causó ni el más mínimo sobrecogimiento en Betania.
- ¡¡Gracias por acordarte, mi perra choca!! – exclamó fogoso y tomó un sorbo de pisco -. ¡¡Aaahhh!! Nada como el pisco. Por eso elegí Chile pa’ instalar el boliche: queda bien alejado del resto del planeta y así nadie viene a molestar. A propósito – me dijo en tono serio -, la ubicación del infierno es estrictamente confidencial. Sólo usted la sabe... bueno, y algunos personeros de gobierno de su país, que le diré vienen bastante seguido a hacer “convenios” conmigo, me piden ciertos favores a cambio de algunas botellitas de esta maravilla.... ¿O acaso usté cree que esto lo mandé a comprar a “la picá de Clinton”? ¡¡Ja ja ja!! – alzó su vaso feliz- ¡¡Salud por el tercer gobierno de la concertación!!... ¡¡El medio sustito que les di a los hueones con la segunda vuelta!! ¡Ja ja ja ja ja!
Las carcajadas y el agua tibia hicieron que la guayabera se me adhiriera entera y me corriera la gota por la frente hasta el estómago.
- ¿Y qué pasó cuando quiso rebelarse ante...?
- Gabriel era mi compadre y cometí el error tratar de convencerlo de lo que yo pensaba. Él me traicionó y le contó todo al jefe. Me trataron de traidor y todos exigieron mi muerte. Pero el barbeta no tiene un solo pelo hueón, y un día me llamó y me hizo una oferta que a los dos nos convenía. Él necesitaba un lugar donde echar a los humanos que no podían entrar al Cielo y me propuso instalarme con mi propio negocio, con la condición de no volver a aparecerme por allá. ¡¡Qué me dijeron!! Me sacó las alas, me puso esta cola “para inspirar respeto” como él mismo me dijo, un apretón de manos y ahí mismo agarré mote y me vine pa’ acá.
- ¿Me permitiría hacerle una pregunta personal?
- Desembuche no más, Danielita.
- La verdad es que me sorprendió verlo. Su apariencia no concuerda con la que yo tenía de usted... se ven tan cansado. Yo creía que usted era más...
- ¿Joven?
Asentí algo avergonzada.
- En efecto, Danielita, cuando me rebelé y recién empecé con el boliche, yo era un cabro joven, encachao, inteligente, buena percha, “filete” como dicen los lolos ahora. Pero los siglos y siglos de jarana a uno lo van desgastando... como a todo el mundo no más, pues.
- ¿Y no le da cargo de conciencia pasarlo tan bien, mientras millones de almas sufren el castigo de estar en el infierno?
- A ver Danielita. Ya que estamos en confianza le voy a decir la verdad de la milanesa pa’ que no se haga más problemas. Esto nadie más lo sabe. Cuando abrí el boliche, el compromiso era que yo me haría cargo de los humanos que no podían entrar al cielo, ¿cierto? Pero resulta que en ningún momento la idea fue transformar el infierno en un castigo eterno. Ésa fue una frase que echamos a correr para amenazar a la gente, para que no se volviera loca haciendo maldades, y dejaran la cagá en la Tierra. La verdad es que en el infierno nadie la pasa mal. Por el contrario, acá cada uno hace lo que quiere y con quien quiere, hay fiestas, comida y copete a destajo, la mejor música... Imagínese que hace poco nos llevamos una tremenda sorpresa: Sinatra volvió a cantar como en sus mejores tiempos. ¡¡Y ahora no hay cómo callar a ese viejo garrucho!! ¿Usté cree que yo iba a ser tan hueón de encerrar a la gente y hacerla sufrir, cuando podemos pasarlo chancho haciendo las de Kiko y Caco? ... Se han dicho muchas cosas de mi, Danielita. El hombre con el tiempo se jue acostumbrando achacarme cualquier cosa. ¡Si alguien es cínico “es el Diablo vendiendo cruces”, o “las armas las carga el Diablo”, y cuando truena: “es el Diablo que anda jugando al palitroque”...! ¡¡Bah!! ¡¡Gente hueona!! Y después cuando llegan acá, se olvidan de todo. El calor no más les molesta un poco, pero el hombre es un animal de costumbre y al poco tiempo andan más felices que perro con dos colas. Entonces, mijita, cómo no voy a estar viejo, si la gente está cada día más mala, y el local se me llena cada día más y más, y las partusas son la yegua de grandes... ¡Aaahhh! – suspiró una pausa – los tiempos han cambiado.
Nuevamente miró un largo instante por la ventana y poco a poco se le fue amainando la respiración, hasta que recobró su aspecto de veterano cansado y nostálgico. De pronto me miró satisfecho, se puso de pie y, al tiempo que me daba su mano tibia y suave para despedirme, me dijo confiado:
- Pero en todo caso, no se aflija, porque tenemos don Sata pa’ rato.
- “Gracias a Dios.”- pensé.
Foto: http://www.fotolog.net/chanos_gold
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Menos mal que esa horrible guayabera y el resto de la ropa que alguna vez usé en un viaje por Centroamérica con un pololo del que ya casi ni me acuerdo todavía me entraba, porque el calor del lugar secaba hasta lo más hondo de la garganta. El aire y la temperatura me sofocaban más de lo que había imaginado, y maldije el error de Eva que nos condeno al pudor, con la consecuente necesidad de andar vestida. Hubiese dado cualquier cosa por sacarme todo de una vez y echarme encima las botellas de agua que llevaba en el maletín. Pero bueno, después de todo, mi entrevistado valía cualquier sacrificio y no estaba dispuesta a cometer ningún error que pudiera significar la cancelación de la cita.
Bajo la mica empañada del reloj logré ver la hora. Ahí estaba yo, parada frente a las puertas del infierno a las tres en punto. Tomé una bocanada de aire caliente, me sequé el sudor y con la ayuda de ambas manos golpeé la gran argolla metálica, que retumbó en un eco infinito. Tras el quejumbroso chirrido de la puerta, apareció una mujer de edad tan avanzada como imprecisa, que aguantando la risa al ver mi espantosa guayabera, amablemente me llevó a una sala y me pidió que esperara ofreciéndome asiento. Ilusa, insistí en secarme el sudor y arreglar mi nefasta presencia usando un pequeño espejo de bolsillo que de nada servia porque la imagen se empañaba en un abrir y cerrar de ojos.
Al cabo de algunos sofocantes minutos, por fin apareció él. No podía creerlo. El rey de las tinieblas. Salté de mi asiento esforzándome por disimular el asombro de estar frente al ser más temido y a la vez respetado por miles de generaciones. Pero mi sorpresa también respondía a que el hombre que estaba a escasos metros de mi no se ajustaba precisamente a la imagen que yo y el resto de los seres humanos teníamos de él. En un par de segundos mis ojos incisivos peregrinaron desconfiados por todo su cuerpo, un cuerpo añoso, apático, incluso
algo encorvado, y por un instante creí que se trataba de un reemplazante enviado para responder mis preguntas.
- ¿... Don Lucifer...?, le pregunté extrañada.
Me miró ameno, avanzó lánguido hacia mi, me tomó delicadamente la mano y la besó caballeroso.
- Para servirle, mijita. Da gusto atender a una chiquilla tan puntual...y tan bonita -se acercó cauteloso. –Acá llegan puras viejas feas no más....je je. Por favor, tome asiento.
- Gracias- le dije, y cuando estaba tomando impulso para sentarme, me detuvo del brazo.
- No, ahí no. Ése es mi asiento... ¿Ve que tiene un hoyo? Es pa’ meter la cola, oiga. Mire que no hay hueá más penca que sentarse arriba de la cola. Es como cuando uno era chico y se apretaba las bolas con el asiento de la bicicleta. –Me indicó el puesto de enfrente–Por favor...
Me senté ya más relajada y me separé la guayabera que tenía pegada al estómago.
- Bonita su blusa, señorita... ¿Cómo me dijo que se llamaba?
- Daniela... Daniela Pinochet, pero no tengo nada que ver con...
Me miró sorprendido.
- ¡¡¿Pinochet?!!...¡Chuta, menos mal que me acordó!... ¡¡Betaniaaa!!
- ¿Sí, patrón?- apareció la mujer que me había abierto la puerta.
- Óigame, Betania, vayan preparando la suite estilo inglés que les dije el otro día porque cualquiera de estos días va a llegar un nuevo huésped que es muy quisquilloso y no quiero que pille el despelote acá.
- Sí, patrón.
- Y usté, Danielita... ¿Se sirve alguna cosita?
- Un vaso de agua con hielo, por favor –le pedí con tono de alivio.
El diablo me miró sonriente.
- ¡¿Hielo?! Va a ser difícil por estos lares, señorita. Acá todo es caliente... ¡¡Empezando por el que habla!! ¡¡Ja ja ja ja!!... Tráigale lo menos caldeado que encuentre, Betania.
- Sí, patrón –acató la anciana al tiempo que se retiraba.
Abrí mi maletín, saqué mi cuadernillo con una elaborada lista de preguntas y puse la grabadora.
- ¿Le parece si comenzamos, Sr. Diablo? –le pregunté acomodándome en el asiento.
- Entre nos, dígame don Sata no más. Pero cuando publique esto, póngale El Diablo, Rey de las Tinieblas, Demonio, Lucifer, Satanás, Dios del Mal y ese tipo de cosas... Tengo un imagen que cuidar, comprenderá.
- No se preocupe... don Sata. A ver... Exactamente, ¿quién es Satanás?
Don Sata tomó aire, miró nostálgico por la ventana, y al cabo de unos segundos, como masticando meticulosamente su respuesta, comenzó a hablar.
- Yo... Bueno, yo soy un tipo que las ha vivido todas. He hecho lo que he querido, aunque eso haya significado ganarme algunos detractores...Viví tiempos difíciles, pasé momentos muy duros... muy duros. Pero no me arrepiento de nada, nada. Si imagínese que estábamos en una dictadura...
- ¿Dictadura? –pregunté asombrada.
El viejo enderezó el espinazo y me miró con tal seriedad, que me recordó frente a quién estaba.
- Señorita Pinochet, para jugar una buena pichanga, hay que rayar muy bien la cancha ¿comprende? Yo ahora le voy a hablar de unas cuantas verdades que usted jamás hubiera soñado escuchar. Por eso es que, apelando a su profesionalismo, me imagino que usted tiene el criterio suficiente para darse cuenta que muchas de esas cosas se quedan entre estas cuatro paredes... ¿Estamos?
- Puede confiar en mi, Don Lucifer. Tendré especial cuidado con lo que publique - respondí segura.
- Que el barbeta la escuche y yo me haga el sordo - me sonrió y dio un largo suspiro -. Como usted sabrá, yo nací en el paraíso y era un ángel. Pero resulta que todos éramos ángeles. Claro, menos algunos que tenían santos en la corte, como el arrastrao del Espíritu Santo, que andaba todo el día haciéndole la pata a... a...- frunció las cejas incómodo- ...al susodicho de allá arriba, el barbeta. Otro chupamedias era Gabriel... mi compadre Gabriel, que cuando lo nombraron arcángel, no fue más el chato que yo conocí. La cosa es que yo me puse a observar a mi alrededor y me di cuenta de que a todos nos habían lavado el seso ¿entiende? Nos tenían hueones de la cabeza y nos hacían creernos la última arruga del poto porque éramos ángeles. Y noté que vivíamos todos bajo un régimen disfrazado de maravilla, teníamos que cumplir órdenes del barbeta, horarios pa’ esto, pedir permiso pa’ lo otro. Si uno no podía ni correrse una paja sin tener que marcar tarjeta... ¿Habrase visto semejante barbaridad, mijita?... ¡Una verdadera dictadura! Y no es que me haya puesto comunacho ni socialista... ¡¡No Señor!! - exclamó efusivo -. Mire que esos hueones acá no me entran, si muy infierno será, pero la hueá es seria. Acá llegan flojos, infieles, mentirosos, envidiosos, ladrones... políticos en su mayoría,... suicidados. ¡A esos los recibimos como héroes, con honores y fanfarrias! Imagínese las medias pelotas que hay que tener pa’ pegarse un tiro, colgarse de una viga o tirarse al metro, ¿no le parece?... Bueno, también llegan militares de alto rango, algunos líderes espirituales, abogados....
- ...prostitutas - agregué.
- Ah sí, pero tenemos un proceso de selección de rameras que mide la vocación, no el pecado. Si yo no sé quién fue el ocioso de mierda que le dijo a los humanos que la cacha es pecado... ¡Nunca fue poh! Acá abajo llegan las bataclanas de corazón, las que llevan el hueveo en la sangre, ¿me entiende? Ésas son las que arman las mansas ni que partusas acá. En cambio, las que se entregaron al comercio sexual por mera necesidad, por plata, ésas se van pa’ arriba, porque no son putas auténticas.
Yo a esas alturas me convencí de que las preguntas que traía preparadas no me iban a servir de mucho, así que corté por lo sano, dejé el cuadernillo a un lado y me dediqué a escuchar atenta al viejo, sin perderme ni el más mínimo de sus enérgicos gestos.
- Entonces, como Allende se suicidó, ¿se va a topar acá con Pinochet? – pregunté.
- A ese punto quería llegar. Con todo el respeto que me merece el suicidio, el señor Allende era socialista, y esa hueá no tiene el perdón del barbeta ni el mío. ¿Un parroquiano de esos en el infierno? ¡Jamás! Yo sé más por viejo que por diablo, pues. Toda esa manga de vagos cuando mueren enfilan a un peladero por allá por donde perdí el poncho y así no pueden huevear a nadie. En cambio al cielo, se va casi toda la gente relacionada con la Iglesia, los cabros chicos, gente “sana” ¿me entiende?... ¡Ah!... Y los maricones, que son los más felices decorando nubes, remendando las trajes de los ángeles, limpiando. ¡Toda esa horda de yeguas es la que tiene el Paraíso así como lo ven ustedes, convertido en un circo pomposo! ¡Maricuecas charlatanes! ¡Qué barbaridad! Menos mal que me vine...
En ese instante entró Betania con mi vaso de agua tibia y un corto de pisco para don Sata, quien desvió su atención hacia el licor, lo cogió sonriente y, cuando la anciana giraba en son de retirada, le dio un impetuoso agarrón de culo que no causó ni el más mínimo sobrecogimiento en Betania.
- ¡¡Gracias por acordarte, mi perra choca!! – exclamó fogoso y tomó un sorbo de pisco -. ¡¡Aaahhh!! Nada como el pisco. Por eso elegí Chile pa’ instalar el boliche: queda bien alejado del resto del planeta y así nadie viene a molestar. A propósito – me dijo en tono serio -, la ubicación del infierno es estrictamente confidencial. Sólo usted la sabe... bueno, y algunos personeros de gobierno de su país, que le diré vienen bastante seguido a hacer “convenios” conmigo, me piden ciertos favores a cambio de algunas botellitas de esta maravilla.... ¿O acaso usté cree que esto lo mandé a comprar a “la picá de Clinton”? ¡¡Ja ja ja!! – alzó su vaso feliz- ¡¡Salud por el tercer gobierno de la concertación!!... ¡¡El medio sustito que les di a los hueones con la segunda vuelta!! ¡Ja ja ja ja ja!
Las carcajadas y el agua tibia hicieron que la guayabera se me adhiriera entera y me corriera la gota por la frente hasta el estómago.
- ¿Y qué pasó cuando quiso rebelarse ante...?
- Gabriel era mi compadre y cometí el error tratar de convencerlo de lo que yo pensaba. Él me traicionó y le contó todo al jefe. Me trataron de traidor y todos exigieron mi muerte. Pero el barbeta no tiene un solo pelo hueón, y un día me llamó y me hizo una oferta que a los dos nos convenía. Él necesitaba un lugar donde echar a los humanos que no podían entrar al Cielo y me propuso instalarme con mi propio negocio, con la condición de no volver a aparecerme por allá. ¡¡Qué me dijeron!! Me sacó las alas, me puso esta cola “para inspirar respeto” como él mismo me dijo, un apretón de manos y ahí mismo agarré mote y me vine pa’ acá.
- ¿Me permitiría hacerle una pregunta personal?
- Desembuche no más, Danielita.
- La verdad es que me sorprendió verlo. Su apariencia no concuerda con la que yo tenía de usted... se ven tan cansado. Yo creía que usted era más...
- ¿Joven?
Asentí algo avergonzada.
- En efecto, Danielita, cuando me rebelé y recién empecé con el boliche, yo era un cabro joven, encachao, inteligente, buena percha, “filete” como dicen los lolos ahora. Pero los siglos y siglos de jarana a uno lo van desgastando... como a todo el mundo no más, pues.
- ¿Y no le da cargo de conciencia pasarlo tan bien, mientras millones de almas sufren el castigo de estar en el infierno?
- A ver Danielita. Ya que estamos en confianza le voy a decir la verdad de la milanesa pa’ que no se haga más problemas. Esto nadie más lo sabe. Cuando abrí el boliche, el compromiso era que yo me haría cargo de los humanos que no podían entrar al cielo, ¿cierto? Pero resulta que en ningún momento la idea fue transformar el infierno en un castigo eterno. Ésa fue una frase que echamos a correr para amenazar a la gente, para que no se volviera loca haciendo maldades, y dejaran la cagá en la Tierra. La verdad es que en el infierno nadie la pasa mal. Por el contrario, acá cada uno hace lo que quiere y con quien quiere, hay fiestas, comida y copete a destajo, la mejor música... Imagínese que hace poco nos llevamos una tremenda sorpresa: Sinatra volvió a cantar como en sus mejores tiempos. ¡¡Y ahora no hay cómo callar a ese viejo garrucho!! ¿Usté cree que yo iba a ser tan hueón de encerrar a la gente y hacerla sufrir, cuando podemos pasarlo chancho haciendo las de Kiko y Caco? ... Se han dicho muchas cosas de mi, Danielita. El hombre con el tiempo se jue acostumbrando achacarme cualquier cosa. ¡Si alguien es cínico “es el Diablo vendiendo cruces”, o “las armas las carga el Diablo”, y cuando truena: “es el Diablo que anda jugando al palitroque”...! ¡¡Bah!! ¡¡Gente hueona!! Y después cuando llegan acá, se olvidan de todo. El calor no más les molesta un poco, pero el hombre es un animal de costumbre y al poco tiempo andan más felices que perro con dos colas. Entonces, mijita, cómo no voy a estar viejo, si la gente está cada día más mala, y el local se me llena cada día más y más, y las partusas son la yegua de grandes... ¡Aaahhh! – suspiró una pausa – los tiempos han cambiado.
Nuevamente miró un largo instante por la ventana y poco a poco se le fue amainando la respiración, hasta que recobró su aspecto de veterano cansado y nostálgico. De pronto me miró satisfecho, se puso de pie y, al tiempo que me daba su mano tibia y suave para despedirme, me dijo confiado:
- Pero en todo caso, no se aflija, porque tenemos don Sata pa’ rato.
- “Gracias a Dios.”- pensé.
Foto: http://www.fotolog.net/chanos_gold
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