Los ojos de mi madre

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columna "Tiro Libre" de la Revista EL SÁBADO de El Mercurio.

Me puse a buscar textos sobre la ceguera, y di con una anécdota protagonizada por Borges cuando ya casi no veía nada y aún hacía clases en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Según el relato de su amiga María Esther Vásquez, una mañana entró un estudiante cualquiera en su aula y le dijo:

­Profesor, tiene que interrumpir la clase.

­¿Por qué? ­preguntó Borges.

­Porque una asamblea estudiantil ha decidido que no se dicten más clases hoy para rendir homenaje a Fulano de Tal.

­Ríndanle homenaje después de la clase ­contestó Borges.

­No. Tiene que ser ahora y usted se va.

­Yo no me voy, y si usted es tan guapo, venga a sacarme del escritorio.

­Vamos a cortar la luz ­prosiguió el otro.

­Yo he tomado la precaución de ser ciego. Corte la luz, nomás.

Borges siguió adelante con la clase, habló a oscuras y sus alumnos, impresionados, no se movieron de sus sillas.

Borges era un ciego que no renunció a pronunciar palabras y a escucharlas, que en sus años postreros, de luces y sombras, se las ingenió para dictar textos y hacer que le leyeran aquella literatura que sus ojos no alcanzaban a descifrar. Borges fue un ciego privilegiado.

Fuera de la literatura, creo no saber nada sobre el mundo de los ciegos. A pesar de la miopía intensa que me acompaña desde niño, de lo cerca que viví durante una veintena de años de una Escuela de Ciegos ubicada en la frontera de Ñuñoa con La Reina, acabo de darme cuenta de que nunca sostuve una conversación íntima, privada, con una persona ciega. Por eso quiero narrar el llamado telefónico que recibí hace pocos días de Mónica González: chilena, radicada en Rancagua, 50 años de edad, ciega y sorda.

Mónica González no ve nada desde que tiene trece años y escucha gracias a unos audífonos especiales que se conectan con los huesos del oído. Se los instala a las cinco treinta de la mañana, cuando su pareja se va al trabajo y ella se queda sola con su perra Dalin, y se mantiene con ellos hasta la noche, antes de dormir, cuando la vida vuelve a ser silencio y oscuridad. Mónica quería compartir conmigo la orfandad en la que se encuentran los sordociegos que hay en Chile. Registrados en la corporación que ella preside hay setenta chilenos sordociegos repartidos en ciudades del norte y el sur, aunque Mónica sabe que si investigaran un poco más la cifra aumentaría.

En el último encuentro nacional de discapacitados que se hizo en Algarrobo, Mónica pidió la palabra y preguntó por qué la sordo-ceguera no es reconocida ni recibe ayuda de nadie. No hubo respuesta. Nunca la hay. Nadie se ocupa de ellos. En año de elecciones, además, representan una porción del electorado demasiado insignificante: apenas setenta almas. "¿Qué podemos esperar del país, dice ella, si ni siquiera dentro de nuestros pares somos considerados?".

De los sordociegos que viven en Chile, Mónica González es una de las que se encuentra en mejores condiciones. En estos días trabaja dictando talleres de relajación para adultos mayores y jóvenes en la Municipalidad de Rancagua. Alguna vez se casó, tuvo una hija, se separó, encontró nueva pareja; ahora tiene un nieto.

En nuestra conversación telefónica, Mónica se larga a llorar dos o tres veces. Intuyo que el dolor del abandono y el gesto de ser escuchada le provocan un revoltijo de emociones. "Vengo de una familia de discapacitados", dice. "De ocho hermanos, cuatro tuvimos problemas. Uno de ellos es ciego, otro tiene síndrome de Down, y otra era deficiente mental. Lo mío es más vivencia que estudio. Por eso lucho. Para que mis pares dejen de ser un bulto, un lastre. Es fácil dejarlos tirados en sus casas, aislados. Yo me rebelo contra eso. Respiramos el mismo aire, nos entibia el mismo sol, también nos cae la lluvia. ¿Por qué nos olvidan?".

Mónica González no se mira al espejo ni se maquilla. Tiene, según propia descripción, tez blanca, ojos celestes, un metro cincuenta y seis de estatura, y no es ni gorda ni flaca. Cuando le pregunto qué fue lo último que vio, lo último que recuerda haber visto con nitidez, se queda un rato en silencio y luego contesta: "Los ojos de mi madre. El movimiento de los ojos de mi madre".

Francisco Mouat
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Comparto con ustedes este artículo que leí hoy y me encantó.

Besos,
P.

Payayita

Some say he’s half man half fish, others say he’s more of a seventy/thirty split. Either way he’s a fishy bastard.

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