El verano es un amor

2:09 p.m. 3 Comments

Así como la menarquia anuncia el fin de la infancia, el despertador el fin del romance con Morfeo y antiguamente el código de barras en la tele marcaba el fin de las transmisiones, anoche ocurrió algo que me restregó en la cara que el verano se había terminado inapelablemente: puse mi frazada eléctrica, ese aparato tan apreciado por nosotras las chiquillas que no tenemos una pierna peluda que nos haga cucharita por las noches. Es que llegar al sur después de dos meses de rebosantes y transpiradas vacaciones en Santiago, aunque por calendario aún estemos en verano, es un golpe de frío bien brusco. De jornadas capitalinas todavía dignas de un estelar guatazo en la piscina, me vine a este pueblo podrido donde me encuentro con un grisáseo panorama en el que ya llueve varias veces al día, las calles se lo pasan mojadas, los cañones de las casas humean de lo lindo y usar manga corta es considerado, a lo menos, exótico. Es más, tengo serias dudas de depilarme, para capear el frío. Total, no veo asomarse en el corto y mediano plazo ninguno de los tres eventos causantes de la extracción sistemática de los pelitos pierna completa-rebaje: usar traje de baño, shorts o un polvo -o "refregón de huesos" como dice mi papá, tan elegante él-.

No sé si le pasará a todo el mundo, pero para mi enterrar el verano es casi tan doloroso como despedirse para siempre de alguien que se ha querido mucho. Como que se me aprieta el pecho cuando agarro mi ropa ligera y la empiezo a guardar en la parte del closet en que sé que no la volveré a ocupar hasta unos 9 meses más. Ahí, a cada polera que doblo, como que me salen pucheros y me viene el soponcio. No si esta tontera es como hacer un duelo, no exagero. Y así ando un par de días medio enlesá, sensible, como viuda mamerta mirando las fotos de los días de calor que ya no volverán y me tengo que resignar a que todo eso ahora ya no es más que un lindo recuerdo. Adiós a la arena en las zapatillas, a los pisco sours bien heladitos sentada en el patio, a dormir con las ventanas abiertas, a usar lentes de sol hasta en el Metro, a andar en el pasto a pata pelá. Bienvenidos los guantes y bufandas, los jarabes para la tos, los mocos colgando, los tés calientes, la ropa ahumada, las botas de goma y los calzones de lana para las más fundamentalistas.

Pero bueno, al menos me queda la consoladora esperanza de poder regresar a vivir pronto a Santiago que insisto me carga como ciudad, pero allá están mis amigos que tanto quiero y tan bien me hacen sentir. Ése calor es el que más me duele tener lejos.

"Don't cry, there'll be another spring..."


Saludos,
P.

photo by me

Payayita

Some say he’s half man half fish, others say he’s more of a seventy/thirty split. Either way he’s a fishy bastard.

3 comentarios:

Me es completamente indiferente el verano. Pero sí has tocado una fibra sensible en mi alma. También siento que voy de funeral en funeral (¿Vendrá de ahí la palabra "funa"?). La polera regalona que ya no entra, la albahaca que no pudo dar hojitas y se fue al tacho de la basura, el computador viejo de la oficina reemplazado por uno más avispao, la muela del juicio, el papel mural, los cassettes de los Beatles, el pelo, etc. No pasa una semana sin que, al igual que tú con el verano, sienta que estoy enterrando a un ser querido.

Salvo cuando estoy enterrando a un ser querido. Ahí me acomete una indiferencia pasmosa.

Ahora bien, no se si a tí te pasa lo mismo, pero encuentro cierto dulzor en esa nostalgia. La depresión y la pena son cosas horrorosas. Pero a mi tristeza, a esa chiquitita e inofensiva, le tengo un poco de cariño (un poco no más, si no la hueona se ceba y no me suelta en un mes)

Anónimo dijo...

Al pasar, esa edad, donde nada, es verdad, peque�as cosas, resultan penas, aquellos veranos de cuatro meses cuando est�bamos en la universidad (en la m�a por lo menos), no volver�

Payayita dijo...

Tamos sonados, mijo. No tienen pa cuándo volver. =(