Pa dónde va la micro I

2:24 p.m. 2 Comments

En honor a la muchachita 'e la peineta, todos los domingos -o casi todos-, acomodo mi indigno trasero frente al pc y procedo a leer La Nación Domingo. Siempre parto con la columna de Pedro Lemebel "Ojo de loca no se equivoca" y sigo con la de Rafael Cavada. De ahí continúo con el resto de los columnistas y luego termino con algunos articulos, siempre que no sean relacionados con política.

La semana pasada el pasquín éste me aburrió rapidito. Salvo Lemebel y Cavada, no hubo nada más que me llamara la atención. Para mi gusto, estuvo bien fomeque. Pero esta semana como que se reivindicó y los columnistas se las mandaron con un par de cosas que me confirmaron un poco mi teoría barata y pajera de que el chancho en el mundo está demasiado mal pelado. A veces creo que mis ganas de instalarme definitivamente en el sur, más que deberse a una cosa romántica, hippie y mamona de despreciar la gran ciudad y vivir cerca de la naturaleza y de mis padres, responde a algún impulso primitivo de escapar de la tremenda cagada que tenemos en estos tiempos que nos tocó vivir, tan encima de nuestros ojos que no somos capaces de verla y asumirla. Y cambiarla. Debe ser que siento que viviendo cerca de un bosque nativo, alerces milenarios, algún río que me cante al oido todas las noches y pajaritos que me despierten por las mañanas es la única manera de sentirme a salvo de tanta caca.

Pues bien, mi visión de un mundo cagado hasta más arriba de la frente no estaba tan errada cuando hace dos años y medio me vine al sur. Y es que todo este presentimiento que un día me sacudió y me hizo sentir el terror de verme parte de una maquinaria gigantesca y dañina que sin asco nos chupa la salud, tenía un fundamento, para mi sorpresa. Por un momento creí que estaba exagerando, que me estaba poniendo medio paranoica y que me estaba convirtiendo en una especie de Paola izquierdosa que despotrica contra los "grandes poderes" y un modelo económico que hace a los ricos más ricos y a los pobres más pobres, y que a mi personalmente me iba a secar los pulmones para que mi jefe pudiera darse el lujo de viajar en avión a Pucón un fin de semana cualquiera para practicar pesca con mosca.

La Nación Domingo esta semana me tocó la fibra y confirmó esas sospechas de que algo anda mal. Estúpidamente mal. Por eso quiero compartir con ustedes algunos artículos que coinciden bastante con lo que vengo pensando hace rato y que me tiene con ganas de irme a vivir a una cueva perdida en la montaña y que no me jodan más porque esta cuestión un día va a reventar y yo no quiero enterarme.

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El costo real de la globalización

Nación Domingo
Por Heather Mallick

El dinero es todo lo que importa, nos dicen los neoconservadores, y la globalización está totalmente vinculada con la economía. Esto no tiene sentido. Uno de los aspectos más horrendos de la globalización ha sido hasta ahora apenas analizado: el daño que causa a nuestra salud, a nuestras cosechas y selvas, a nuestros océanos y lagos.

Cuando escucho a los pájaros fuera de mi ventana, muy lejos del encuadre temporal de migraciones previas, me pregunto de qué están escapando.

Al menos, ellos pueden escaparse. Nosotros no podemos.

Estoy en deuda con el brillante periodista canadiense Andrew Nikiforuk, cuyo nuevo libro, “Pandemonium: Bird flu, mad cow disease and other biological plagues of the XXI Century”, desnuda otro aspecto oscuro de la globalización. Su libro aterrorizará a cualquiera que lo lea. Trata sobre el futuro y sobre el modo en que nosotros hemos canjeado de manera permanente nuestra salud y la del planeta por una breve juerga de falsa prosperidad.

Este es el mensaje. El planeta se está calentando, creando un acogedor hogar para nuevos virus, pestes y bacterias. La globalización se está asegurando que cualquier enfermedad pueda difundirse en todo el mundo. Ya no hay más algo considerado como una cosa “local”.

Digamos que usted busca una camisa fabricada en China. Gracias a la globalización, la camisa le cuesta una miseria. ¿Pero cuál es el costo invisible de la exportación de esa camisa?

La camisa habrá viajado en un buque de carga, el medio más barato de transporte en existencia. Los buques movilizan el 80% de lo que los humanos comen y compran, escribe Nikiforuk. Pero 45 mil buques de carga también traen otras cosas. Son portadores de agua contaminada recogida de las cloacas de las casas arrojada en el océano o en los lagos de sus puertos de destino.

Es un método rápido, simple, de exportar cólera, la infección más temida en el mundo, junto con otra cantidad de elementos patógenos que destruyen el agua en las playas. Traen nuevos hongos, insectos, pescados, plantas, todos ellos portadores de una carga de bacterias, virus y parásitos.

Destruyen los hábitats locales y, por consiguiente, las industrias (de langostas, cangrejos y langostinos).

Ya es bastante difícil manejarse con la contaminación del agua local. Los buques de carga la transforman en una pesadilla.

He aquí un ejemplo. En 1991, un carguero chino arrojó agua de lastre cerca de la costa de Perú. Contenía cólera que hizo estragos en Lima y se difundió a otros siete países. Países pobres tuvieron que perder miles de millones de dólares debido a la caída del turismo, del comercio y de los viajes.

Los buques de carga llevan contenedores (hay en uso tantos como para construir una pared de 2,5 metros de altura que puede dar dos vueltas alrededor del Ecuador, informa Nikiforuk) que incluyen cientos de insectos en embalaje de madera. EEUU envía sin saberlo a China abejas “red turpentine”, que devoran seis millones de árboles al año. China envía de manera accidental a EEUU otros insectos, los llamados “emerald ash borers”.

Los aviones, trenes y autos también transportan especies invasoras. Basta observar la abeja pino de montaña. Está destruyendo el bosque boreal de Canadá, uno de los últimos bosques prístinos del mundo. El Gobierno derechista de Canadá, aferrado a la noción neoconservadora de que la globalización es una gran cosa, acaba de recortar el gasto en los esfuerzos para bloquear el avance de las abejas, mientras incrementa el gasto en defensa. Del mismo modo, la administración de Bush ha desmantelado los centros de control de enfermedades, el único ejército cuando aparecen nuevos virus. La catástrofe económica está llegando, y la ceguera humana la está acelerando.

La enfermedad bacteriana conocida como “lyme disease” es una de las dolencias infecciosas de más rápido crecimiento en EEUU, dicen los médicos. Es el resultado de la invasión global de garrapatas a medida que el planeta se calienta y se vuelve más amigable para estos insectos. Con el calentamiento global de la atmósfera, muchos países se convierten en sitios de camping para garrapatas. De este modo, esos insectos que portan cualquier variedad de diferentes bacterias están matando los urogallos en Escocia, a las mascotas y seres humanos en América del Norte.

Austria y Croacia están plagados de garrapatas. El lyme disease es ahora también endémico en Alemania, Hungría y Finlandia.

Algo similar está ocurriendo con el virus del Nilo occidental. Solía estar localizado en Uganda y Egipto, donde los seres humanos habían desarrollado anticuerpos. Pero durante la sequía de 1996 en Bucarest, el agua no se vaciaba en las alcantarillas. Los pájaros migratorios llegaban con el virus del Nilo occidental, que prospera en aguas estancadas. Los viajeros, sean seres humanos o aves, trajeron el virus a Norteamérica, donde infectó tanto a la gente como a los pájaros. Y ahora sí que estamos en problemas. Si llegara a mutar sería incontenible.

Hay una serie de cosas que podemos hacer para salvarnos. Pero necesitamos que alguien se haga cargo. Los gobiernos deberían estar organizando y enseñando a la población. Tenemos que cortar radicalmente la contaminación para impedir cambios del clima. Esto no está pasando. Pero también necesitamos viajar menos, permanecer alejados de los hospitales (que se han convertido para los humanos en un hotel de infecciones), lavarnos las manos, evitar los antibióticos (de tal modo que los virus no muten) y comprar productos locales.

En resumidas cuentas, escribe Nikiforuk, necesitamos entender y aceptar las consecuencias biológicas de lo que hacemos para volvernos más prósperos. Todo tiene un precio. Pero el precio es mucho más alto de lo que podemos pagar. El problema es que la mayoría de nosotros todavía lo ignoramos.

© (The New York Times Syndicate)


Payayita

Some say he’s half man half fish, others say he’s more of a seventy/thirty split. Either way he’s a fishy bastard.

2 comentarios:

Soltaire dijo...

¿Derrepente no es mejor ser ignorante?, ¿a caso los tontos o los locos no son más felices que aquellos que tienen la capacidad de estar concientes de su propia enfermedad?

A mí me angustia saber todo esto, qme angustia tomar conciencia de lo cagados que estamos, tanto así, que creo es una época en la que hay es valido preguntarse si vale la pena traer hijos a este mundo...

Un beso grande amiga, buen tema, ya nada de gracioso, pero bueno.

Payayita dijo...

Yo prefiero saber y enterarme lo más posible. Así puedo elegir concientemente qué quiero y no atinar cuando vieja y arrepentirme de no haber tomado decisiones correctas o de haber hecho algo mejor con mi vida.

Otro beso pa ti washona.
Love,
P.