Cambio de folio... ¿nuevos sabores?

4:15 p.m. 12 Comments

Puta madre... llegó el día. Ni siquiera eso, si no mucho peor: llegaron los treinta. No sé si tirarme debajo del tren o salir a celebrar. Supongo que para evitar conflictos y no ponerle un tinte dramático a esta fecha, mejor me quedo con la segunda opción, soplo velitas, recibo abrazos, besos y hasta algún agarrón cachondito, ahogo mi funa en unos cuantos pisco sour, su buena jarana y todos felices. Todos menos yo.

Tampoco se trata del extremo de creer que mi vida haya perdido sentido, sólo que me siento rara, weona más bien. Sufro algo así como depresión post-veinte. Jamás me habría imaginado que cerrar una década podría ser un asunto tan achacante para el espíritu. Solía pensar que se trataba sólo de números que se sucedían unos después de otros. Hoy esa creencia se me fue al carajo. Sé que se viene una década interesante, estadísticamente estos diez años se enfrentan respirando un cierto aire de libertad y solvencia. Pero no es fácil cerrar un capítulo que independiente de todo lo bueno o lo malo, es un paquete de tiempo importante que se va y no vuelve más, dejando en el cuerpo algunos vestigios en forma de arrugas, cicatrices y recuerdos de todo tipo almacenados en el disco duro orgánico.

Así que tecleando estas palabras intento asumir la despedida de esos locos años veinte, que de locos francamente no tuvieron nada. O poco. Rallo la papa, pelo el cable, peino la muñeca, tiro la talla, pero locuras no hago, a lo mucho uno que otro cambio radical que finalmente responde a una decisión meticulosamente analizada.

Por lo tanto, dejo lanzada una promesa para esta nueva década: volverme más loca. Sacarme aunque sea a ratos estas estructuras de mierda que me cortan el quaker cuando me veo tentada con sacarme la marca. A ver si logro darle algo más de sabor a esto. Ponerle aliño. Algo picantito. Quizás exótico. Sopas frías y calientes, ensaladas salpicadas de colores y aromas, y por supuesto, postres más dulces...

¿Sugerencias para el menú?

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La chica del bikini azul

5:41 p.m. 3 Comments

Estimado lector:

Acomódese en su silla, respire profundo y prepárese bien, que viene una confesión de mi parte. ¿Está listo? Ahí voy: soy fanática de Luis Miguel!! Y desde bien chica. ¿Quéee? ¿Ya sabía? ¿Pero cómo? ("¿Aquí no hay papah Lay's?") .... si era mi secreto mejor guardado!... ¿O no?

Bueno, a propósito de mi Luismito y siguiendo con las confesiones, hace unos minutos hablando con una amiga me acordé que yo cuando chica fantaseaba con uno de los grandes hits de la carrera de mi ídolo: "La chica del bikini azul". Era lejos la canción con la que más me sentía identificada. Sucede que por esos años la muy cuevuda de mi mamá tenía un pellejo hecho a mano que de puro recordarlo me hace pensar una vez más en la teoría de mi adopción. Estoy segura que un día, quizás cuando ella muera, buscando entre sus cosas me encontraré con los papeles que me darán la razón. Algún día. Pero en fin, volviendo a mi pasado, un hermano de mi papá fue a Brasil y mi madre aprovechando la facha que tenía (ni tonta), le encargó que por favor le trajera de regalo una tanga, que acá estaban empezando a ser moda y, como tal, eran bastante caras considerando la cochiná de género que usaban. A su regreso, mi tío amablemente le cumplió el encargo y le trajo una fascinante tanga azul. Y como claro, regalo para la sobrina también había, atinó a traerme una para mi exactamente igual, pero obviamente de mi talla. Yo no podía creerme más la muerte y me paseaba por la playa de la mano de mi mamá... y usando lo mismo! Yo juraba que me veía igual que ella y hasta me sentía observada. Con los años vengo a entender que no era a mi precisamente a quien miraban, si no a esa guapa veinteañera de rasgos españoles que se paseaba con una cosa chica rubia de ojos verdes. Éramos pa la foto, a decir verdad. Lo único que me cargaba era esa diferencia tan evidente y que tanto me perjudicaba, pues la parte de arriba de la tanga de mi mamá era llenada generosamente por su buen par de pechugas. En cambio yo apenas conseguía mantener en su posición esos dos triangulitos de género que por más que los amarrara, se vivían corriendo a lo ancho de toda mi planicie de niña. Yo moría por verme como ella...

Así fue que cada vez que ponía la radio y sonaba Luismi cantando "La chica del bikini azul" yo juraba a pies juntos que me la estaba cantando a mi y que era yo y nadie más que yo la que lo hacía sufrir por amor.

Solo y triste bajo el sol
En la playa busco amor
Debe haber un lugar para mí

Gentes vienen, gentes van
Olas, agua, luz, y sal
Y en mi piel el calor sube más

De pronto flash!
la chica del bikini azul
De pronto flash
cambió el color del mar

Una y no más
es ella, es mi oportunidad
Yo tengo el as
Y no puedo fallar

De nuevo flash!
la chica del bikini azul
Me mira y flash
hablamos sin hablar

No es posible, no es verdad
Mi cabeza va a estallar
Ya no sé si estoy bien o estoy mal

De pronto flash!
La chica del bikini azul...

Qué simples eran esas fantasías.... después una crece y todo cambia. Muchas veces para peor. Si uno mantuviera esa misma simpleza a la hora de soñar despierto, la vida sería bastante menos idiota.

¿Y usted? Alguna fantasía que quiera compartir en este espacio retorcido?

Saludos,
P.

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La pildorita (que nos doran)

7:37 p.m. 2 Comments

Desde que salió el anuncio del gobierno de facilitar gratuitamente la píldora del día después a menores de 14 años en los consultorios sin permiso de los padres, ando como medio enchuchá. Toda esa guerra pelotuda de intercambios de opiniones de un lado y del otro, unos defendiendo el uso del fármaco como herramienta para combatir el preocupante número de adolescentes de escasos recursos embarazadas y los otros creyéndose, desde el banquillo de lo "valórico" (qué weá es eso??), con el derecho de armar escándalo por esta medida tan indecente, me tiene con las tetas bien inflamadas y cuadradas. Estoy chata que este país no avance, entre otras cosas, porque los curas levantan la voz y el pueblo tiembla, la gente acata y aumentan sus trancas. Me frusto, me emputezco cuando veo esta tropa de asexuados de sotanas y políticos de trajecito cuyo valor es mayor que el ingreso mensual de una familia de escasos recursos, atacando al gobierno aludiendo a que la solución está en la "educación" de los jóvenes. Bueno, vendan sus trajecitos, sus carteras Louis Vuitton, sus rosarios de piedras preciosas y hasta los tesoros del Vaticano para pagarle una educación digna a la mayoría de los chilenos y recién ahí nos podríamos sentar a conversar. Toi chata: los curas hablan, le meten caca a la gente en la cabeza y después no asumen. ¿Acaso ellos de quedan cuidando la guagua de una madre adolescente para que ella pueda retomar sus estudios y, por lo menos, sacar cuarto medio? Las pelotas.

Bueno, así fue que leyendo diarios on-line, me encontré con un artículo escrito por Guillermo Tejeda, publicado este domingo 10 de septiembre en La Nación Domingo y que me permito publicar completo para compartirlo con ustedes.


Inmoralidades valóricas

Es difícil saber con exactitud qué sea lo moral. Pero sí parece estar claro lo considerado inmoral, al menos en Chile. Se trata por lo general de asuntos relacionados con el uso del propio cuerpo, y específicamente de las partes genitales, que al frotarse y producir gusto ameritan reto. Uno de nuestros obispos y cardenales, monseñor Medina, ha manifestado sus certezas al respecto sentenciando: “Mi punto de partida es que toda relación sexual fuera del matrimonio es inmoral”.

Esta notable simplificación del problema moral, es decir de lo bueno o lo malo, deja a lo genital pendiente de un trámite de certificaciones. Pero no es sólo eso, no se trata de tener la libreta de matrimonio para abandonarse después ambos cónyuges desatadamente a la lujuria, en un Kamasutra orgiástico de mil noches con sus días, con estimulantes diversos e implementos de cuero, látex y vinilo. No. Esas cosas no se hacen en una familia. Lo relevante de la fórmula “toda relación sexual fuera del matrimonio es inmoral” es su capacidad de adelgazar de lo genital, de minimizar y reprimir los aleteos copulativos. El contrato matrimonial supone al menos teóricamente el abandono de todo otro socio genital que no sea el o la cónyuge. El goce, los experimentos, la exploración sensual, el despliegue de las múltiples e íntimas facetas de la propia intimidad, quedan reducidos por la amenaza episcopal a una sola pareja sobre un solo colchón, lo que en un plazo no muy largo y al menos estadísticamente tiende a convertirse habitualmente en dos cuerpos extraños separados por una colcha y atados por un televisor o una hipoteca en un ambiente de resentimiento.

Hemos sospechado siempre que los curas se preocupan no tanto que seamos morales, sino de que no nos demos gustos sexuales. Para la mentalidad clerical conservadora, ambas cosas forman parte de una sola ecuación: inmoral no sólo es el sexo fuera del matrimonio, también lo son todos los gustos que nos podamos dar, solos o en compañía, a partir de nuestro propio cuerpo. Mientras más asexuados seamos, más cerca de la moralidad vamos a estar. La inmoralidad sería ese desván inmundo donde merecen estar los preservativos, el onanismo, las píldoras de antes y después, el divorcio, los frotes homosexuales y hasta los malos pensamientos, considerados malos precisamente por ser sexuales. Cuánta animosidad hacia los deseos de la especie. Cuánto desprecio por lo humano.

¿Es malo lo sexual? ¿Es bueno? Los dioses antiguos de Grecia y Roma eran todos hijos de alguna cópula feliz, salvo –lo dice Hesíodo– el estéril Océano. Afrodita, diosa de la primavera, de las flores, de la belleza, es sobre todo la divinidad de la lujuria, y su nacimiento se debió a un chorro de semen de Zeus convertido en espuma marítima. Pero para qué seguir con esas inmoralidades. La hostilidad de los obispos hacia los placeres de la seducción erótica y del intercambio sexual parece contradecir la defensa que hacen de la vida. Pareciera que les gusta la vida, pero siempre que no se propague mucho, y sobre todo que no se propague con placer. ¿No será que odian el cuerpo? Presionar a las personas para que se pasen sesenta años compartiendo la sexualidad exclusivamente con sus cónyuges respectivos parece hoy una idea exótica, de utilidad dudosa, con tintes un poquito sádicos. Si la vida es difícil, si somos a menudo víctimas del cansancio, de las enfermedades, del hambre y la sed, ¿cuál es el sentido de privarse de los goces, siempre precarios y limitados, de los sentidos? Se habla mucho del sexo fácil o del dinero fácil, pero lo cierto es que nada es tan fácil, todo lo contrario.

En fin, es así como se encuentra uno a estos pastores del espíritu enredados con toda su teología en un pedazo de plástico, un certificado, una píldora o un alambrito. ¿No son acaso los médicos o los sicólogos o los sexólogos o los profesores de gimnasia quienes tienen las competencias para asesorar sobre medicinas o preservativos o usos correctos de la pelvis? ¿Qué hacen los obispos en estos barrios tan técnicos?

Ciertos políticos conservadores prefieren hablar de “temas valóricos” cuando se trata de la sexualidad, un poco como si quienes no les hacen caso carecieran de valores. El matrimonio acuñado en el siglo XIX con la revolución industrial consagró lo que en el siglo XXI tenemos ya un poco como reliquia: un papá, una mamá, los hijos y una casa en fórmula de exclusividad vitalicia. En la sociedad moderna coexisten distintos tipos de familia y de sexualidad. Lo más extraño es que quienes han tomado la opción de no formar una familia ni tener vida sexual, se dediquen a dictar cátedra precisamente sobre estos temas. No parece importarles la realidad que viven los jóvenes, o los pobladores, o los hogares de menos recursos, o los grupos más vanguardistas de la sociedad. Parece más relevante el título de la canción que la canción misma, más la norma legal que la suerte de las personas de carne y hueso. No importa que la mayoría de los matrimonios sean un desastre, lo que cuenta es que no se legalice el divorcio. Da lo mismo que un 10% de la gente se sienta amorosa del mismo sexo, lo relevante es reprimir a los homosexuales. A lo mejor, estas actitudes son valores. Pero lo más probable es que lo considerado “valórico”, lo que se dice “moral”, sean simplemente modos de entrometerse, siempre sin derecho y muchas veces de modo despiadado, en lo que es finalmente propiedad de cada persona individual: su propio cuerpo.

Guillermo Tejeda

Saludos,
P.

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Manito de gato

11:49 p.m. 1 Comments

Liz Taylor! Aprovechando una escapada cortita pa'l sur, decidí darle una manito de gato, o mejor dicho un zarpazo de tigre a esta columna retorcida. ¿Los motivos? Se viene el cambio de clima y, lo más importante, el cambio de folio. Eso sumado a que me gusta cada cierto tiempo retransformar la facha a mi humilde blog. Así que con esos argumentos al frente no me quedó otra que ponerme manos a la obra y remodelé entero el boliche con colores más claros sintonizados con el calorcito que se viene y un diseño mucho más minimal, sin tanto cachureo ni warifaifa decorativa. Ahora mi blog es mucho más simple y funcional, de una sola columna con lo que me ahorro la diferencia de aspecto que se producía entre Explorer y Firefox, pues con el primero se producía un error en el que la antigua columna derecha se veía al final del último post y a la izquierda. Ninguna gracia pues! Aprovecho de decirles a los que usan esa cagá de explorer, que bajen Firefox y se dejen de joder.

Así que bueno, me gusta mi nueva casita a la que espero ir arreglándole ciertos detalles con el tiempo.

Bienvenidos todos!!

Un besote primaveral,
P.

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Septiembre con tutti

3:07 p.m. 3 Comments

Tal como Tattoo gritando: "El avióooon, el avióooon!", me planto en el lugar que me encuentre y le regalo una sonrisa grande a septiembre desde su primer día. El motivo de esta relación tan especial con el noveno mes del año se remonta a aquellos años en que yo era bien chica, cuando el otoño y posterior invierno osorninos me tenían meses usando camisetas, además de los clásicos chombas, panties y gorros de lana con pompones incluidos para enfrentar las heladas matinales, granizos como meteoritos blancos y lluvias torrenciales, todo llenando de gris a una ciudad con depresión endógena. Pero llegaba septiembre y con él un sol atachado que aunque tímido al principio, me cambiaba los colores de la vida y de a poco se ganaba el indulto de mi madre para ir dejando el gamulán en el closet y cambiarlo por ropas más livianas. De pronto comenzaban a aparecer flores por todas partes y el colegio me parecía más lindo, la madame (como teníamos que llamar a nuestras profesoras) estaba más amable y los recreos ya empezaban a ser al aire libre.

Luego, se acercaba otra fecha entretenida: Fiestas Patrias. Para bien o para mal, hasta no hace mucho era totalmente legal vender fuegos artificiales en Osorno y por esos días los boliches y kioskos del rubro aparecían como callampas uno al lado del otro a lo largo de toda la calle principal y yo era total y absolutamente feliz con mi respectivo aprovisionamiento de estrellitas. Me podía pasar las noches enteras dibujando círculos en el aire hasta casi dislocarme el hombro y mirando hipnotizada esos chispazos que para mi eran pura magia y fantasía. Sin una idea acabada de lo que podía ser el espíritu patriota, yo amaba a Chile por regalarme el derecho de celabrar así nuestra independencia.

Y a modo de broche de oro, mi cumpleaños el día 28 cerraba olímpicamente un mes de lo más entretenido y me llegaban regalos y todo el mundo me abrazaba y me felicitaba por el simple hecho de existir. Qué maravilla. Nunca me voy a olvidar del día que cumplí siete años. Esa mañana desperté con un – perfecto - día soleado y apenas abrí los ojos apareció mi papá con una caja envuelta en su respectivo papel de regalo. Al abrirla ansiosa me encontré con mi sueño hecho realidad: era la callampa de Papá Pitufo. Bueh, para los morbosos les digo que NO se trataba de la callampa en términos sexuales, que hoy imagino sería una especie de higo arruigado, si no una reproducción a escala de su casita, totalmente armable. Lamento no conservar hasta hoy esa callampita adorada. Mejor no sigo hablando al respecto pa que no me callampeen a punta de bromas.

En resumen, septiembre para mi significa flores, celebración y regalos. Así cualquiera anda feliz, no?

Un beso,
P.

Foto: Susana Raab.

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